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El método no es nada sin el espíritu, sin una actitud mental adecuada. En efecto, el espíritu puede ser conscientemente el origen de una cierta fuerza basada en la voluntad y en el dominio de uno mismo; pero también, y mucho más quizá, puede ser el motivo de eficacia de una manera inconsciente y trascendental: se trata de las ilimitadas posibilidades provocadas por una forma perfecta de vacuidad del espíritu.

Cada fase del método de la meditación debe ejecutarse con determinación, porque si no se logra el estado buscado, su eficacia no deja de ser muy relativa. Al adversario espiritual hay que hacerle frente con una voluntad a toda prueba para poder vencerle. El combate del espíritu es ante todo un choque de dos voluntades antagónicas donde la más fuerte y sabia de ambas tiene todas las probabilidades de inclinar la victoria a su favor, y esto aparte totalmente del nivel de conocimiento técnico de los contrincantes. Como ya dijimos, el combate se desarrolla en uno mismo, que es a la vez el dojo, el tiempo de las estrellas y los combatientes. Debe ganarse a si mismo y derrotarse a sí mismo para acceder a un nivel superior donde ya no hay lucha, ni oposición y los contrarios se reconcilian.

La voluntad también debe intervenir en un momento muy concreto: cuando nos damos cuenta de una fallo en las protecciones psíquicas, en la defensa del adversario, hay que aprovecharlo de forma inmediata a nuestro favor. Ahora es cuando hay que atacar con todas las fuerzas, hay que querer la victoria para conseguir la paz. El grado de intensidad de la voluntad es que el introduce al cuerpo más o menos a fondo en la acción. Un enfrentamiento espiritual es un excelente entrenamiento para la voluntad, sobre todo si se lleva a cabo de forma continua y sin desfallecer. Sirve para ejercitar la mente para dar el salto más allá de las apariencias, para alcanzar el otro lado, cuando ya ha finalizado la batalla. Los luchadores se han retirado y sólo queda el camino a seguir bajo el sol.