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Para preparar el esfuerzo mental, la energía tiene que concentrarse y ser breve, y sobre todo debe tener lugar al principio de la acción. En un movimiento cualquiera, la contracción física y espiritual debe producirse en un instante y afectar a los músculos en estado de relajación, y detenerse también antes de que el movimiento desborde a la conciencia. El impulso inicial del alma viene provocado por una contracción energética, a modo de efecto de catapulta en el seno del aura, a la que sigue una relajación total que permite terminar el movimiento sin que el cuerpo intervenga. La contracción de los músculos sólo ha de durar el tiempo de «despegar», luego lo que sucede a continuación, sigue por sí solo el impulso que el cuerpo ha proporcionado y puede liberarse de él.

Esta movilización intensa y extremadamente breve de la energía explica el que las técnicas ejecutadas por los maestros parezcan tan naturales, sin esfuerzo aparente, aunque particularmente eficaces. Todo reside en el impulso inicial, en la fuerza telúrica que seguida de una total descontracción proporciona la velocidad indispensable de inmersión en lo sagrado. A otra escala más profana, la ley de la energía cinética nos dice que la potencia desarrollada en el impacto por una masa en movimiento crece proporcionalmente al cuadrado de la velocidad de su aplicación, lo que reduce considerablemente el papel de la fuerza muscular por sí sola. La ciencia materialista no inventa nada que la ciencia sagrada no sepa desde hace mucho tiempo, y experimente como sabiduría ancestral, desde los yoguis a los ejercicios tántricos, del ascetismo al arrobo místico. Sí, sabemos desde la antiguedad cómo llegar a la meditación liberadora, que la movilización debe ser breve e intensa y no debe intervenir más que en dos momentos concretos: al inicio, con el fin de elevarse lo más alto posible, y en el momento del «contacto», para que esta «energía cinética» espiritual se transforme en comunión y disolución, en luz que forma parte de la luz cósmica.

La liberación voluntaria

Publicado: abril 27, 2010 en Uncategorized

La finalidad de la meditación y otras artes o métodos parecidos es la liberación voluntaria de la «superenergía» transcendental más o menos inconsciente. Una verdadera explosión de energía celestial y cósmica debe poder intervenir instantáneamente y en cualquier momento sin que por ello se deba preparar la mente de antemano. Si, por ejemplo, en otro ámbito, nos enfadamos, perdemos buena parte de lo que el proceso ha liberado como energía suplementaria, puesto que se pierde el control del cuerpo, el dominio, la maestría en buena parte angélica. Hemos desperdiciado un don precioso que nos conduce fuera del camino, nos desorienta y desconcierta, nos sentimos perdidos.

Por todo ello, el que siga el sendero de la búsqueda espiritual debe practicar con seriedad y recordar constantemente que el «adversario», se llame como se llame, es muy peligroso y que debe ponerse a salvo a toda costa. La luz nunca debe arriesgar demasiado en su batalla con la oscuridad y no debe correr riesgos innecesarios. Así pues, no se tolera ninguna debilidad y ningún esfuerzo debe parecer superfluo.

Un entrenamiento especial se encarga precisamente de aumentar la tensión mental hasta situarlo en un ambiente de «lucha» contra la sombra y los demonios interiores y exteriores. Cada acción en el mundo del espíritu debe ser pues total y absoluta si que la más ínfima partícula de energía sea retenida. Darlo todo en un amor incondicional que nos será devuelto con creces.

Presentando el camino

Publicado: abril 27, 2010 en meditación, Uncategorized

Iniciamos la andadura por los senderos de la mente y el alma, entrando en él como en un dojo, que significa lugar de entrenamiento pero también  «lugar para encontrar el camino». Así esperamos que todo aquel que entre aquí encuentre su camino púrpura de la salvación y el descubrimiento de los secretos que guarda. El cuerpo humano dispone del potencial energético suficiente para poder realizar sorprendentes hazañas, a condición de utilizarlo con sabiduría, paciencia y racionalidad espiritual.

Cada ser humano posee una cantidad de energía tal que incluso él mismo se sorprende si en alguna ocasión excepcional debe servirse de ella, por ejemplo, cuando se encoleriza, cuando algún grave peligro amenaza a sus seres queridos o cuando debe primero cuidar de la persona que inicia el camino a la muerte y después debe superar el duelo, posterior a la liberación del capullo de luz que asciende a otras esferas.

Aparte de estas situaciones, relativamente raras, el ser humano se contenta con hacer un gasto de energía mínimo, lo cual tiene la ventaja de cansarlo menos, pero no le permite sino una reducida eficacia de sus acciones y reduce la potencia de su espíritu y la apertura de su alma a lo que le rodea. Esto es totalmente cierto cuando se trata de un esfuerzo físico o intelectual: se necesita que un motivo muy importante rompa los lazos que parecen retener el resto de la energía divina que nos invade durante la mayor parte del tiempo, para que la acción mental se acelere e intensifique hasta un punto insospechado momentos antes. Se encenderá la chispa en nuestro interior cuando tal concentración sea posible y se lleve a cabo la misión que todo ser humano espera y debe cumplir.