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Sabemos que ninguna acción mental verdaderamente eficaz es posible cuando estamos sin aliento. Cuando la respiración ha perdido su ritmo regular nos hace experimentar una terrible sensación de ahogo en los pulmones y un jadeo que provoca movimientos entrecortados de la caja torácica e imposibilita cualquier nuevo esfuerzo o contracción correcta que nos lleve al estado de meditación buscado. También sabemos, por otra parte,  que cuando sacamos fuerzas de flaqueza en una circunstancia cualquiera, esta sensación suele ir acompañada por una profunda inhalación seguida de una breve retención del aire o de una lenta espiración. Como no nos cansamos de repetir, lo de abajo es lo mismo que lo de arriba, y lo que el cuerpo y la mente experimentan en su vida cotidiana es un trasunto de la verdadera vida del espìritu, del modelo superior del que toman su medida. Estas dos experiencias tan comunes permiten comprender la importancia de la coordinación de la respiración en la práctica de la meditación.

El arte del dominio corporal consiste en sentir muy exactamente a qué ritmo deben sucederse las dos etapas esenciales de la meditación profunda y en qué momento debe intervenir cada una de ellas. Por ejemplo, si la contracción inicial se mantiene demasiado tiempo o si la contracción final en el momento de la salida de cuerpo es precoz, la velocidad del movimiento espiritual quedará frenada y su eficacia será sin duda menor. Si, por el contrario, esta contracción inicial no interviene o lo hace demasiado tarde, la fuerza de la reacción contraria romperá la estabilidad y toda posibilidad de trascenderse a un determinado grado de conciencia. Incluso, en los casos más graves, la virulencia del movimiento, al no estar preparada la mente para soportar la tensión, puede provocar una ruptura prematura del cordón de plata que une el alma y el cuerpo. Esta técnica, por lo tanto, requiere una práctica prolongada bajo la dirección de un guía espiritual que nos prepare para posibles accidentes y nos proporciones las claves para controlar la situación y salir bien librado de ella.